Junto con El hombre en busca de sentido de Viktor Frankl, este libro es lo más interesante que he leído sobre los campos de concentración nazis de la segunda guerra mundial.
El autor cuenta su experiencia en Auschwitz. El relato está escrito en clave testimonial de tal manera que el narrador inhibe todo intento de acusación y juicio. El patetismo en el que hubiera sido fácil caer está evitado rigurosamente. La opción narrativa de Primo Levi está tan bien lograda que por momentos genera desconcierto en el lector ansioso por tomas de posición. Este desconcierto se vio durante años traducido en múltiples preguntas. Primo Levi responde, en un apéndice de la edición que leí (Si c'est un homme, Pocket), a una breve selección de éstas, de las cuales rescato dos respuestas que me valieron más de un insomnio. Transcribo, traducidos de una traducción francesa del italiano original, los dos fragmentos.
Pregunta: En su libro no se encuentran indicios de odio hacia los alemanes ni tampoco de rencor o de deseo de venganza. ¿Los perdonó?
Respuesta: (...) Sin embargo no quisiera que se tome esta ausencia de juicio explícito de mi parte como un perdón indiscriminado. No, no he perdonado a ninguno de los culpables. Y jamás, ni ahora ni en el futuro, los perdonaré, a menos que se trate de alguien que haya probado –con hechos y no con palabras– que es hoy día consciente de las faltas y de los errores del fascismo, en nuestro país y en el extranjero, y que esté decidido a condenarlos y a extirparlos de su propia conciencia y de la de otros. En ese caso, sí, aunque no cristiano, estoy dispuesto a perdonar, a seguir el precepto judío y cristiano que compromete a perdonar a su enemigo; pero un enemigo que se arrepiente no es más un enemigo.
Pregunta: ¿Regresó a Auschwitz luego de su liberación?
Respuesta: Regresé a Auschwitz en 1965, para una ceremonia conmemorativa de la liberación del campo. (...) Frente al triste poder evocador de estos lugares, cada antiguo deportado reacciona de manera diferente, pero podemos sin embargo distinguir dos categorías bien definidas.
Pertenecen a la primera aquellos que rechazan regresar o incluso hablar de ello, aquellos que quisieran olvidar pero que no lo logran y aquellos que, al contrario, olvidaron todo, reprimieron todo y comenzaron a vivir partiendo de cero. He notado que en general son individuos que fueron a parar a los campos “por accidente”, es decir sin compromiso político preciso; para ellos el sufrimiento fue una experiencia traumatizante pero desprovista de significación y de enseñanza, como una desgracia o una enfermedad: para ellos el recuerdo es un poco como un cuerpo extraño que se introduce dolorosamente en su vida y que buscaron (o que buscan todavía) eliminar.
En la segunda categoría, por el contrario, se encuentran los ex prisioneros políticos o individuos que poseen, de una manera u otra, una educación política, una convicción religiosa o una fuerte conciencia moral. Para ellos recordar es un deber: ellos no quieren olvidar y, sobre todo, no quieren que el mundo olvide, pues comprendieron que su experiencia tenía un sentido y que los campos no fueron un accidente, un imprevisto de la Historia.
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