Sobrenatural. Varios autores (Estuario editora)

Dios te libre, lector, de prólogos largos. La frase es del venerable Francisco de Quevedo, y Borges, además de citarla, la ha honrado con prólogos tan breves como admirables. Sin embargo –todo lector lo ha padecido–, escasas son las veces en que un prólogo no desmerece un libro. Adefésicos, inútilmente ditirámbicos o gongorinos, soporíferos, muy pocos logran estar a la altura de las páginas que les siguen. Para asombro del propio Carl Friedrich Gauss, el escritor uruguayo Daniel Mella, con su prólogo al volumen de relatos Sobrenatural, ha conseguido contradecir las estadísticas.

La apuesta de la editorial uruguaya Estuario no carece de ambición: reunir en un mismo volumen once relatos que aborden lo sobrenatural, y presentar cada relato con una ilustración que lo sugiera o evoque. Desafortunadamente, la calidad del resultado revela, una vez más, y de manera cruenta en algunos casos, que ambición y capacidad no se suceden naturalmente.

En primer lugar el prólogo, un mal chiste personal que no justifica lucir en la tapa del libro como si se tratase de un agregado de valor. Más allá de la actitud general del prologuista, más allá de que confiese, ligero y alado, que no ha leído los cuentos que está prologando (manera eficaz como pocas de tomar al lector por imbécil), más allá de que repita –puesto que los lectores son imbéciles y no les ha de quedar claro– que antes que prologar, hubiese preferido participar en el volumen (punto en el que concuerdo plenamente), rescato dos pasajes reveladores. El primero permite calibrar el tenor del prólogo:

Me pregunté si decir sobrenatural era lo mismo que decir antinatural. Las dos me llevaban a la palabra natural, de la que singularmente brotaban. Después me pregunté qué quería decir natural, y eso derivó en la cuestión de si lo natural está compuesto de elementos no-naturales.

Es una pena que Mella no tuviera un diccionario a mano. Además de ofrecerme a obsequiarle uno, quisiera decir que para este tipo de cuestionamientos hay profesionales. Profesionales del cuestionamiento (léase gente que realizó estudios) y profesionales que ayudan a alejar este tipo de cuestionamientos (es decir a calmarse un poco y ser honesto con el lector que pagó por el libro y dedicará tiempo a su lectura).

El segundo fragmento, que clausura el prólogo, ha de haber sido aplaudido por los once escritores convocados y no concibo cómo no fue censurado por quien estuvo a cargo de la recopilación o, en última instancia, por la editorial. Dice así:

Confío en que los cuentos son buenos, aunque me gustaría encararlos sin expectativas, ya que son las que siempre terminan arruinando todo.

Me confieso un apasionado del mundo político. Admito que ocurrencias de esta naturaleza me llevan a la admiración. Raras veces, en mis ya muchos años de academia, he visto emplear con tanta malicia la conjunción adversativa "aunque". Y como ignoro si el prologuista tuvo el tiempo suficiente para leer los relatos, me permito apuntar algunas tonterías que tal vez resulten útiles.

La pieza que abre el volumen (Los muertos tienen derecho a un abogado, de Daniel Baldi), pese al sugestivo título, persiste en la línea del prólogo y me recuerda un cuento que escribí cuando tenía diecisiete años. La impericia del narrador construido le permite articular sin vergüenza frases como:

[1] Dentro de su debilitado archivo mental rebuscó en la sección "escasos momentos de ocio" y lo único que apareció fue un borroso recuerdo de su última vacación.
[2] Cuando sus ojos chocaron, fue como un flechazo.
[3] Haciendo caso omiso a su desgastada racionalidad, abrió la puerta.
[4] La secretaria puso los ojos como platos.
[5] Su desvalido cuerpo cayó inerte al vacío como si fuera una pelota.

¿Y por qué no un piano, una maceta, un refrigerador henchido de productos congelados y queso de cabra un poco duro? Al menos, que yo sepa, no rebotan. Por lo demás, y este es acaso el problema principal del volumen, el narrador aborda lo sobrenatural desde el tópico, sin aportar nada nuevo, aunque no fuera más que un rasgo local como hace Martín Bentancor en Dominación, historia estructurada en base a sucesos provenientes de la consabida superstición campera. 

El narrador del relato Un rabdomante, de Valentín Trujillo, desafía igualmente el buen gusto con construcciones gramaticales que merecen ser enumeradas:

[1] A su alrededor, la gente hormigueaba y zigzagueaba con los apuros rasos de pagar un impuesto municipal o firmar un comprobante o alguna de esas gestiones que se hacen en una oficina pública o un banco, y que irremediablemente necesitan de la fotocopia de la cédula.
[2] Determinadas vidas caducan veloces como el fósforo, y todo rastro de luminosidad y de juventud se esfuma de pronto, y aunque esa fuerza haya goteado lento, día a día, durante lustros, esa cara ya queda petrificada en otro tiempo para siempre.
[3] (Cuidado, spoiler) Entonces al rabdomante la vara se le fue metiendo adentro, y comenzó a sentir un cable anudado en la base del pecho, a la altura del diafragma, y creció en su interior una marea o brillo, sino más bien lo contrario, ausente de toda luz como una ola de asfalto líquido.

Nótese que en el tercer punto lo de "sino más bien lo contrario" es incoherente. O acaso el corrector la entendió de una manera que excede mi capacidad intelectual. La segunda frase no la justifica que el fósforo aparezca en el contexto (para ser preciso desde un punto de vista lingüístico: co-texto).

Me da pena que dos relatos en particular formen parte del volumen: La niña que convocaba a las gaviotas, de Horacio Cavallo, quien muestra su gran talento para construir narradores que evocan la infancia y a quien siempre es un placer leer, aunque creo que, si bien vívidos y sinceros, los sentimientos evocados por el narrador opacan el aspecto sobrenatural del relato, que es en definitiva el carácter primordial para este volumen. El otro relato es Algunas notas sueltas sobre el país de los gigantes, de Luciano Lamberti, que se apoya en una técnica citacional a lo Borges, si se deja de lado el registro lingüístico, más cercano en Lamberti a un registro oral, eficaz para cumplir su función de relatar una crónica fragmentaria. Tal vez mencionar a Bolaño sería más adecuado. Me resultó el mejor relato del volumen. Sugerente, de buen ritmo, eficaz. En cuanto a las ilustraciones, la de Jok fue la que más me llegó.

Y luego lo de siempre, errores y horrores varios, incluso detalles como "prevee" o "septrentionales" que los resuelve un simple corrector ortográfico. Como ya lo había apuntado en relación a la edición del libro Parir de Andrés Ressia: sobran libros y faltan correctores. No se descarta la estrategia editorial, lanzar un libro de mala factura para que se hable de él, estrategias que justifican que un jugador de fútbol, autor de libros que han vendido bien, abra el volumen con un relato decididamente flojo. Las mismas estrategias que consiguen que hasta escritores rebeldes terminen escribiendo sobre Artigas y otros anacronismos.

En mis breves escapadas a Uruguay he oído en más de una ocasión que los libros nacionales se venden poco, salvo cuando abordan temas llamativos como ser la marihuana, la masonería, el fútbol, el humor industrializado (chabacano y de fácil digestión). He oído cifrar ese lamento editorial en trescientos ejemplares máximo. Es cierto. Y es lamentable también. Pero cuando veo que al lector se le ofrecen vitrinas de esta calidad, me digo que vendría bien, no más fuera por un sencillo y sano respeto al lector, anteponer el rigor al lamento.

– o O o –
Javier CoutoJavier Couto (Montevideo, 1974) es narrador. En 2010 obtuvo una mención de honor por Voces (cuentos) en el XVII Premio Nacional de Narrativa “Narradores de la Banda Oriental”. Su novela Thot fue finalista del Premio Minotauro 2013 (Editorial Planeta). En 2014 obtuvo una mención de honor con su libro de cuentos Del otro lado, en el Concurso Literario Juan Carlos Onetti 2014 y la primera mención en el Concurso Internacional de cuentos Julio Cortázar.

9 comentarios:

e. r. dijo...

Hola!
No sabés cómo me reí. ¡Es admirable tanta desfachatez! ¡Y el prólogo! Deberíamos asegurarnos de que al menos el prologista lea tu artículo. Mandalo a la editorial. ¿Decís que no te lo aceptarán si lo mandás a un diario uruguayo? Para mí que sí. Además, estoy seguro de que los de la editorial quedarán encantados. ¡A lo mejor no lo leen y aún así lo pegan en la pared tras el escritorio del editor! El prologuista sería capaz...
También es admirable el copilado de frases que hiciste: el parpadeo como flechazo es fantástico. Podría ser un recurso retórico bastante novedoso si se aplica con regularidad: el desviar el sentido lógico del relato por medio de la metáfora; o bien, la metáfora polisémica... ¿Cómo pensar en miradas y a la vez en arqueros? El de la pelota es del mismo tenor: en plena caída el cadáver se vuelve una pelota aerodinámica y saltarina pero sin dejar de ser un cadáver que cae inerte como un iceberg del ciberespacio, etc. Es genial.
En rabdomante, la repentina aparición del fósforo cumple la misma función. ¿Qué mierda hace allí el fósforo? ¿De qué habla el párrafo?
Otra cosa: "ojos como platos" es mi lugar común favorito. Hace poco leí una novela de Antonio Moresco, "La cebolla", que lo pone en todas partes y te meás de risa.
Un abrazo y felices fiestas!

Javier Couto dijo...

Con gusto te escaneo el prólogo entero y te lo mando (en serio); es de esos textos realmente útiles como contraejemplo. De paso te cuento alguna anécdota graciosa relacionada con lo que decís.

La idea de la metáfora polisémica es muy buena, habría que escribir un texto breve para probar el concepto. En este caso son más bien metáforas a lo Mallea (ver aquí), por nombrarte un compatriota y disculpá por la pedrada. Lo curioso de la imagen de la pelota es que el pobre individuo cae y se hace pedazos (el narrador abunda en detalles).

Confieso que en la intimidad del cuarto de baño he intentado frente al espejo poner los ojos como platos. Admito, acaso gustoso, mi derrota. Varios cuentos profundizan en lugares comunes y latiguillos, lo cual, si tenés un mínimo de sensibilidad con el idioma, te dificulta la lectura. Abordo un cuento. Comprendo que la prosa no me gusta pero sigo porque la historia puede resultar interesante. Unos párrafos más tarde me topo con un "sin ton ni son" que desacredita al narrador (a ese narrador, se entiende; hay narradores en primera persona a los que les puede quedar muy bien). Luego ya me cuesta seguir.

No leí la novela de Antonio Moresco pero sí leí tu reseña. Puesto que el narrador juega con el lenguaje (y la novela parece casi surrealista), unos ojos como platos tal vez no sea algo tan grave. Pero en Sobrenatural los relatos se quieren serios (salvo el de Albérico Tajamares, supongo, escrito en clave de humor).

El fósforo, ah, el fósforo. Largo de explicar. Es el vínculo entre dos personajes (en un momento clave del cuento) y también es usado por el narrador como medida de tiempo de una confesión (o apertura). Entre esos párrafos hay otra frase peculiar:

(...) se había distraído mirando el vaquero abultado de nalgas de una mujer que pasaba (...)

Esa sí la veo bien para la novela de Moresco.

Abrazo y felices fiestas por allá también.

Ramiro Sanchiz dijo...

Bueno, comparto básicamente todo lo dicho,y lo de Trujillo me parece lo más imperdonable del libro. Me interesó en su momento (acá está mi reseña de "Sobrenatural": http://lecturassrasantes.blogspot.com/2012/11/sobrenatural-varios-autores.html) algo que también señalás: el mínimo trabajo sobre lo -precisamente- "sobrenatural" o "fantástico", el mínimo despegue desde el lugar común. Sin embargo, el cuento de Bentancor me interesó más que otros -y coincido en que el de Lamberti es el mejor-, al menos por su modulación desde un cuento fantástico a uno de fantasía. Lo del prólogo, por otro lado, es bastante ridículo.
Quería preguntarte por la frase "las mismas estrategias que consiguen que hasta escritores rebeldes terminen escribiendo sobre Artigas y otros anacronismos", que no termino de entender. ¿Los "anacronismos" deben entenderse como otro de los temas o tópicos de los que terminan escribiendo -en virtud de cierta maquinaria editorial que señalás y que podría discutirse un poco más de cerca- los "escritores rebeldes", o se trata en realidad de uno de esos anacronismos el hecho de que "terminen escribiendo" (lo cual sugiere, me parece, que los mencionados rebeldes iban para otro lado y en virtud de cierto oportunismo editorial desembocaron medio vergonzosamente en una escritura más interesada) sobre Artigas? Como autor de una ucronía sobre Artigas me interesa -evidentemente- este punto.
Bueno, eso. Saludos!

Anónimo dijo...

creo que se referían a tu novela, Ramiro...

Javier Couto dijo...

Interesante, hay varios puntos de acuerdo. El cuento de Bentancor está bien, aunque formalmente tenga detalles. Las escenas de la niña frente al pozo y la visión del padre tienen, para mi gusto, considerable fuerza.

Con respecto a la frase, es cierto que admite las dos interpretaciones que mencionás. La ambigüedad está en los dos análisis sintácticos posibles (entiendo que hiciste Humanidades; recordarás a Hipogrosso). En este caso, "Artigas y otros anacronismos" debe entenderse como una unidad. Ergo el anacronismo es Artigas, lo que corresponde a tu primer análisis.

Saludos!

Ramiro Sanchiz dijo...

Lamentablemente desconozco el número exacto de libros sobre Artigas escritos en Uruguay recientemente; o, al menos, el de libros de ficción que incorporen de alguna manera la figura de Artigas, cualquiera sea el propósito o la manera de esa incorporación. Por otra parte, un anónimo señaló que se trata de una referencia a mi novela "La vista desde el puente"; aceptarlo implicaría que acepto también la calificación de "escritor rebelde" o que acepto el hecho de que el autor de este blog me considere un integrante de esa categoría, y me costaría mucho hacerlo. Más allá de eso, es verdad que la editorial que me la publicó habrá sentido que el "año del bicentenario" le hacía más fácil aceptar la edición de una novela que, en otro momento, quizá hubiese resultado más complicada. Si se fuese a discutir aquí sobre las circunstancias de la edición de libros de ficción en Uruguay, quizá allí habría un punto de partida válido.
Abrazo!

Javier Couto dijo...

Lo que me resultó más divertido del comentario anónimo, cuya IP proviene de Uruguay, fue que hablase de mí en plural. Me pareció muy a tono con la temática del libro comentado.

No me siento capacitado para dictaminar sobre el grado de validez, pero sí sobre el interés personal, que existe. Mi entrada aborda un libro, primero, y una problemática local, luego. Es cierto que faltan lectores en Uruguay (basta ver cuánta gente lee en los espacios públicos). Pero si la estrategia para conquistar a esos potenciales lectores, para mostrarles que la producción nacional de escritores menores de cuarenta años es digna de interés, pasa por publicar libros con (i) errores flagrantes y (ii) material flojo, entonces da para pensar sobre la falta de lectores. Lo del prólogo me parece revelador de ese gesto: es ridículo, sí, para el prologuista. Para el lector es insultante. Hay una diferencia entre chapucear unas líneas en un boliche del Centro y publicar ese texto, que me hace pensar en algo que anotaba hace un tiempo sobre un mal libro de Andrés Neuman: escribir y publicar son acrobacias tan distintas como lo son darse una ducha y poner el culo al viento en plena avenida principal.

Lo de tomar a Artigas, en Uruguay, como tema de ficción era accesorio, aunque tengo una opinión formada al respecto y puede ser tema de discusión.

Un abrazo, Ramiro, y buen año.

Ramiro Sanchiz dijo...

Gracias, Javier, y buen año para vos también.

Javier Couto dijo...

Gracias. A las órdenes por cualquier otra duda.