No es difícil comprender por qué, desafortunadamente, Wodehouse ha caído en un blando olvido. Sus textos, saturados de buen humor inglés, frecuentan preocupaciones que dieron vida a los altos salones victorianos. Así, cuando Bertie Wooster –el aristócrata algo lento que se salva siempre gracias a su brillante criado Jeeves– se encuentra con un conocido en un parque, roza el síncope al ver la corbata que el pobre hombre trae. O cuando su tía Agatha le arregla un matrimonio con una (otra) mujer dominante, Bertie se ejecuta como el cordero más triste, convencido de que no hay nada que pueda hacer para salvarse de lo que, sin duda, ha de ser su destino. Se entiende que el aire respirado por el occidente del siglo 21 no acepta –no puede aceptar– estas preocupaciones, tan actuales como la peste negra o los vasos canopos egipcios.
Cada capítulo está construido como si fuera un relato en sí. Las tramas están bien aceitadas aunque algunos giros resultan a veces demasiado predecibles. El narrador suele dominar una gama interesante de registros literarios, lo cual le permite construir diálogos creíbles. A través del narrador, el autor se muestra de vez en cuando, declarando sus amores y censuras. Más de una salida me recordó al humor de Groucho. Por ejemplo:
–¡Y dices ser amigo mío!–Sí, lo soy, pero todo tiene su límite.–Bertie –dijo Bingo en tono de reproche–, una vez te salvé la vida.–¿Cuándo?–¿No lo hice? Bueno, debí de salvársela a otro. De todos modos (...)
Nota bene: un océano más allá, los textos interpretados por Capusotto resultan a veces interesantes, pero su puesta en escena se me antoja demasiado lenta; sentí exactamente lo contrario al ver los textos de Wodehouse adaptados por Fry & Laurie. Las temáticas siguen pareciéndome sin interés, pero mi admiración por los dos tótems ingleses salva más de un abismo cultural.
– o O o –
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