Seis años más tarde le hago caso a Milo y me decido, vacaciones mediante, a leer a Camilleri. Cuarta novela de la serie policial de Montalbano. Primer acercamiento de alguien que, decididamente, mira con desdén los policiales. Resultado: lectura compulsiva, risas a las tres de la mañana, intriga genuina, reconocimiento al narrador que, además de un gran sentido del humor, sabe ambientar con mucho talento y pocos recursos, un poco a la manera de Patrick Modiano.
Como el mismo Camilleri lo dijera alguna vez: el crimen a resolver importa poco y no pasa de una excusa. Insisto, más allá de una curiosidad natural, me importaba poco descubrir al asesino, lo que me resultaba fundamental era seguir leyendo, descubrir al comisario Montalbano, llegar a los diálogos surrealistas con Catarella, a los enredos con Livia, a las interacciones de amor-odio con el subcomisario Augello, a los excesos gastronómicos de Montalbano o a sus puteadas coloridas e inesperadas.
De los libros más divertidos que he leído últimamente.
– o O o –
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