Grandmontagne toma notas sobre la sociedad porteña de fines de siglo 19. ¿Por qué una taxonomía con sólo tres clases principales? Misterio.
Escritor aplaudido por Unamuno, Montagne es un olvidado de la generación del 98. No sé si injustamente. Los apuntes de este libro no dejan de tener vigencia: si se reescribiera en clave siglo 21, bastaría con aggionarlo un poco en cuestiones accesorias (historia y tecnología, por ejemplo). Habría que ver el impacto del peronismo y los cabecitas negras, pero creo adivinar que Grandmontagne lo resolvería rápido. La prosa, sin embargo, tiene ese rasgo decimonónico que me genera el mismo vago rechazo que cuando leo a Alphonse Allais o a Courteline, autores que asocio a este libro.
Me agradó particularmente su descripción del tilingo literario. Se burla de los poetas cursis. Abomina a los poetas afrodisíacos (sic). Y luego dice algo que me hace pensar mucho en la impostura literaria, tan ejecutada estos días:
¿Y qué decirte, Joaquín amigo, de aquel otro que tiende a la hondura filosófica sin ser ni hondo ni filósofo? Es un tilingo grave, fríamente entonado, con pujitos de omnisciente. Ni pensador ni sentidor, baraja filosofías a su capricho, como quien saca solitarios a su arbitrio. Lo peor que puede ocurrir a la filosofía, dice Hegel, es caer en manos de quien sólo a medias la entiende.
La utilización de "pujitos" es muy buena. Luego, de manera brillante, cita a Schopenhauer: no se aprende a tener talento.
Grandmontagne murió el 1º de junio de 1936 en San Sebastián, hermoso pueblito costero cuando se alejan las hordas de turistas.
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