Ciencia ficción: un punto de vista personal. Carl Sagan

Intentando ignorar el bochorno bonaerense, leo casi con alegría este breve ensayo de Sagan. Casi alegre porque no deja de ser la historia de un niño que creía pero a quien el rigor científico le fue dejando poco margen: ya no podía creer cualquier devaneo, por más que fuera atractivo y pseudo científico.

Así, Sagan, ya de niño se cuestiona los dos nuevos colores primarios que según Burroughs existen en Marte. El resultado del cuestionamiento es la decepción, aunque piense que al menos el escritor hace pensar a la gente. Verne, Wells y otros también lo decepcionan un poco. Pero no todos. Se salvan, si cabe expresarlo así, quienes presentan ideas que, aunque no estén probadas, se sostienen científicamente. Sagan no deja de anotar que algunos de los escritores de ciencia ficción que él considera mejores tienen una formación de base científica o en ingeniería.

Imposible no empatizar con Sagan, a quien, además, admiro como a pocos, en particular porque me influyó en decisiones de vida claves (el otro, también sin saberlo, fue Alan Turing). Una formación científica –y una predisposición para racionalizar hasta el mínimo gesto– fomentan una exigencia que hacen cribas de lo que eran manos y ojos. Ante una obra de ciencia ficción, no deja de ser un filtro a veces cruel. Hoy día puedo llegar a intentar leer ciencia ficción pero resulta extraño que mi interés se mantenga. Crecí en un ambiente donde casi todas las carambolas eran posibles. Muchas, tal vez demasiadas lecturas de teosofía y ciencia ficción hicieron que pudiera permitirme episodios de pensamiento mágico hasta los dieciséis o diecisiete años. Luego vino la academia, Nietzsche, la psicología, los desengaños, y el golpe de gracia lo dio justamente Carl Sagan con su libro El mundo y sus demonios, que me hizo cerrar definitivamente más de una puerta que yo guardaba entreabierta por si acaso.

Del ensayo me quedo con una frase que, creo, resume la postura de Sagan frente a la ciencia ficción: en una novela de ideas, las ideas tienen que funcionar.

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Javier CoutoJavier Couto (Montevideo, 1974) es narrador. En 2010 obtuvo una mención de honor por Voces (cuentos) en el XVII Premio Nacional de Narrativa “Narradores de la Banda Oriental”. Su novela Thot fue finalista del Premio Minotauro 2013 (Editorial Planeta). En 2014 obtuvo una mención de honor con su libro de cuentos Del otro lado, en el Concurso Literario Juan Carlos Onetti 2014 y la primera mención en el Concurso Internacional de cuentos Julio Cortázar.

2 comentarios:

odinstack dijo...

En alguno de los prologos a sus traducciones de HPL, Rafael Llopis, psiquiatra español y psicoanalista jungiano, retoma la tesis de Carl Gustav argumentando que lo irracional forma y constituye la base de lo racional (basta ver la evolución del cerebro y cuan poco y cuan reciente es la parte específica que sirve de asiento a la razón). Lo irracional, dice Llopis, retorna en la ficción. Si no, retorna como síntoma.

A Sagan lo quiero muchísimo. Extrañamente, como a Lovecraft. Ambos profundamente ateos y activos combatientes contra las supersticiones y todo tipo de creencia no materialista. Aunque no abrazo semejante absolutismo ni mucho menos, los quiero a los dos.

Jung y William James (no Henry, el hermano) retoman y aceptan lo irracional, lo fantástico. Lo asimilan como elementos que construye maneras creativas de ver y operar en el mundo. Es, en definitiva, un enfoque pragmático. La ficción, creo yo, es una evasión en el sentido que le da Yi-fu Tuan, o sea, algo que lo hace humano.

Es esperable que, en una epoca de relativo oscurantismo, una persona lúcida como era Sagan se haya polarizado. Una lógica intachable lo asiste. Sin embargo, fracasa en su incorporación de lo irracional que late en todos y en todo. Lo racional, creo que lo dijo Lovecraft pero pudo haber sido Freud, es solamete una delgada capa demasiado reciente y demasiado delgada.

Javier Couto dijo...

Interesante lo de Llopis, tomo nota. Vos sabés que me late que Sagan era agnóstico. El ateísmo no deja de ser un acto de fe.

Leí el último párrafo y tuve ganas de ponerme de pie y aplaudir. Luego me di cuenta de que ese gesto vagamente ceremonioso evocaba una buena canción de Fats Domino (I'm in love again) sin que yo tuviera la menor idea de por qué, pero la explicación, dado el intercambio, poco importa. En serio, muy bueno. Suscribo, con una sola mano pero suscribo, que no es poco.