Arlt ha logrado algo realmente difícil: poner de acuerdo a un conjunto considerable de escritores e intelectuales argentinos a los que no los une otra cosa que el acuerdo en sí, tregua condescendiente y poco feliz que consiste en decretar que Roberto Arlt era, en el mejor de los casos, un ignorante ingenioso. Y es que, se sabe, ser un outsider se paga caro en la literatura, motivo por el cual Zitarrosa nunca quiso publicar en vida sus cuentos y fábulas materialistas.
Abelardo Castillo, sin embargo, es más lúcido que la manada que aúlla rabiosa a la luna, y se limita a mostrar algo que resulta evidente tras la lectura de la primera novela de Roberto Arlt. El escritor argentino maneja un vocabulario que impresiona y emplea un sistema de referencias culturales que muestra que de ignorante no tenía nada.
Narrado en primera persona, de corte autobiográfico, sorprende la combinación de narración e introspección. El narrador sabe argumentar (i.e. explicar) ciertos pasajes sin caer en una aburrida disertación de solipsista degenerado. Es cierto, es un recurso recurrente de un narrador en primera persona. Pero Arlt lo hace realmente bien.
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4 comentarios:
Nunca me gustó mucho Arlt. Reconozco que es un buen escritor. Pero me aburre.
No sabía que Zitarrosa escribía. ¿Publicaron sus cosas luego de su muerte?
Banda Oriental publicó cuatro libros de él, de los cuales leí dos: "Fábulas materialistas" y "Por si el recuerdo/Doce cuentos". El libro de cuentos vale, no debería sorprender, por la música de la prosa. Algunas de las fábulas son ingeniosas.
Aprovecho para corregir lo que digo en la entrada. Zitarrosa finalmente se decidió a publicar sus cuentos, en 1988, un año antes de su muerte. En el prefacio a las fábulas, escrito por Delgado Aparaín, se indica que Zitarrosa decía que sus cuentos eran "entretenimientos escuálidos de un viejo periodista" y que no los publicaba porque "no quiero que ningún señorito de letras se burle de mí". Otra corrección: las fábulas fueron escritas también en 1988 y publicadas en La Hora Cultural.
Mi primer encuentro con Arlt fue, justamente, una representación en el liceo de El juguete rabioso. Me acuerdo que supe ponerme un short abajo del pantalón para poder representar como se debe y no arriesgarme demasiado. Desde entonces, y desde que el viejo Pedro Molina (con quien conversé tantas veces de parlamentos de otra época) me regaló sus Cuentos Completos, que tenía en su enorme biblioteca con la excusa de que no habría nadie como yo que supiera apreciarlos después, cuando ya no fueran suyos porque nada era suyo. No lo creo un escritor menor, o al menos no me importa. Los lectores tenemos ese derecho inalienable.
En realidad no era "El juguete rabioso", sino "La isla desierta"
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