Confabulario. Juan José Arreola

Arreola pertenece a una raza de escritores que admiro acaso por encima de todas las demás (aceptemos, de momento, que es sensato hablar de razas de escritores, como parece serlo cuando mencionamos glaciaciones, tendencia política o trastorno borderline para explicar caprichos de otro orden). Puesto a citar, Queneau, Perec, Vian, Borges, Cortázar, Flaubert, Bierce (estos dos últimos por motivos diferentes) y el Kafka menos conocido son los autores que me resultan trivialmente asociables al mexicano. En un tono muy menor, Uruguay se ha permitido un Masliah, además de joyitas como Muebles "El canario", del venerable Felisberto Hernández (salve, maestro).

Desempolvo las enciclopedias, tengo a mano la Biblia y el Corán, me preparo como puedo para leer (para realmente leer) a Arreola. Puede ser un relato más bien clásico como El guardagujas (registro kafkiano evidente) o el panfleto publicitario Baby H.P. que leí riéndome con ganas. Arreola exige, hace pensar, obliga a resolver las referencias, pero recompensa siempre. Yo, que soy intransigente e insoportable en lo que respecta al estilo, puedo mirar para otro lado cuando veo algún adjetivo que pide a gritos ser suprimido, o cuando la cacofonía me destroza los oídos. Por Arreola sigo leyendo. Protesto, garabateo el libro, pero sigo.

En ese delirio que decidió llamar Los alimentos terrestres, hace un collage con fragmentos del Epistolario de Góngora. La referencia no es gratuita, aunque el libro de Gide se encuentra menos desmembrado.

Vaya un ejemplo de prosa (muy inferior frente a las otras, pero elegida por su brevedad) donde la palabra canje rompe el encanto:

EL SAPO

Salta de vez en cuando, sólo para comprobar su radical estático. El salto tiene algo de latido: viéndolo bien, el sapo es todo corazón.

Prensado en un bloque de lodo frío, el sapo se sumerge en el invierno como una lamentable crisálida. Se despierta en primavera, consciente de que ninguna metamorfosis se ha operado en él. Es más sapo que nunca, en su profunda desecación. Aguarda en silencio las primeras lluvias.

Y un buen día surge de la tierra blanda, pesado de humedad, henchido de savia rencorosa, como un corazón tirado al suelo. En su actitud de esfinge hay una secreta proposición de canje, y la fealdad del sapo aparece ante nosotros con una abrumadora cualidad de espejo.

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Javier CoutoJavier Couto (Montevideo, 1974) es narrador. En 2010 obtuvo una mención de honor por Voces (cuentos) en el XVII Premio Nacional de Narrativa “Narradores de la Banda Oriental”. Su novela Thot fue finalista del Premio Minotauro 2013 (Editorial Planeta). En 2014 obtuvo una mención de honor con su libro de cuentos Del otro lado, en el Concurso Literario Juan Carlos Onetti 2014 y la primera mención en el Concurso Internacional de cuentos Julio Cortázar.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Y un buen día surge de la tierra blanda, pesado de humedad, henchido de savia, como un corazón tirado al suelo. En su actitud de esfinge hay una secreta proposición, y la fealdad del sapo aparece ante nosotros con una abrumadora cualidad de espejo.

Javier Couto dijo...

Por qué no. Pero me gustaba lo de savia rencorosa.