Estación Coghlan y otros cuentos. Mempo Giardinelli

La mayoría de los cuentos de este volumen están escritos con el sordo y persistente pedal de la primera persona, como decía Cortázar de Felisberto, pero con resultados considerablemente inferiores a los del genio uruguayo. Varios de ellos, desgraciadamente, son literarios: me resulta pesado leer literatura en la que se habla de literatura; me parece un facilismo imperdonable salvo que se logre con maestría o humor, como puede ser el caso de Borges y Castillo.

Sin embargo, las historias de este volumen están bien construidas y por las historias debe ser leído. No en vano Giardinelli escribió y compiló entrevistas para su valioso libro Así se escribe un cuento.

Yendo a un aspecto más formal, varios cuentos me resultan demasiado explicados. Se sabe, hay narradores que explican. Los hay que, por suerte, simplemente cuentan. Los de Giardinelli por momentos son pedagógicos. Se sabe también, en un mundo de águilas todo sería diferente.

La prosa es correcta pero me fastidia un recurso utilizado por Giardinelli (lo sepa él o no): la repetición que busca afirmar una idea, como si el narrador tuviera miedo o presintiera que el lector se equivocó de libro porque en realidad buscaba Las mujeres que aman demasiado o uno de esos pisapapeles de Dan Brown. En mi suprema estrechez, me resulta un error de principiante. A modo de ejemplo: "Todas las tardes me lo pide. No puede hablar pero yo sé que me pide que lo mate, veo el ruego en sus ojos." Otro: "Mi amigo Luis Delgado es ahora un hombre roto, una fortaleza quebrada." Recorte, amigo; condense.

Entre los cuentos se encuentra la perla Kilómetro 11, un relato realmente conmovedor que, por sí solo, justifica el libro.

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