Violenta la prosa, acaso lo mejor del libro, un vocabulario que es una summa en la que, por ejemplo, boludo, bacán, downtown, huevada, churro (por lindo), rico (idem) y cojones conviven armoniosamente.
La historia es tan profunda y conmovedora como la del guardián en el centeno, pero con droga, fama televisiva, una homo-bi-inde-sexualidad omnipresente y una ironía aguada que merece un cierto respeto.
Para apoyar lo antedicho, sea el siguiente fragmento:
o sea que ahí estábamos los tres, la vieja cara de doberman, el marciano de mariano y yo estonazo en ese cuarto pulgoso, y la vieja será fea pero tan cojuda no es, porque ya notó que hemos estado horneándonos, ya se ganó con todito el olor a marihuana, y entonces me preguntó así a boca de jarro (y no es por nada, pero, pensándolo bien, tenía una boca de jarro jodida la vieja) oye chico barrios, ¿se puede saber qué han estado haciendo aquí que el cuarto apesta a mariguana?, y entonces yo miré a mariano y él me miró a mí y los dos nos cagamos de la risa soberanamente porque yo nunca había escuchado a una vieja diciendo mariguana, así, con g, y como los dos estábamos estonazos, no pudimos evitarlo, nos cagamos de la risa de la cara de perro, y entonces ella se arrebató más todavía y dijo salgan de acá, par de drogadictos, fuera de acá, y mariano caracho, mamá, no seas malcriada, qué va a pensar mi amigo gabriel, y la vieja me miró con su cara de bulldog recién atropellado por un íkarus en el zanjón y me dijo la verdad que ya te pasas de malhablado en tu programa, hijito, y yo, conciliador, tiene razón, señora, a veces se me va la mano, y el huevas de mariano soltó una carcajada, simplemente porque estaba estón y se reía a la primera cojudez, y yo también empecé a reírme, y entonces fue un mayúsculo cague de risa, porque la vieja entró en trompo, perdió los papeles y de repente agarró el matamoscas de la cocina y zum, le tiró un matamoscazo al mariano
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