Dans les forêts de Sibérie. Sylvain Tesson

Vi por primera vez a Tesson en un programa televisivo (creo que el de Ruquier, en la 2). Sobrio. Algo tosco. Demasiada economía de gestos y movimientos para un escritor que va a presentar su libro en un programa destinado al gran público. Tenía más de un boxeador descreído de todo, que del escritor prolífico que es. Presentaba este libro. Hablaba de sus seis meses aislado en una cabaña en Siberia, junto al lago Baikal. Pensé de inmediato en Thoreau. Conseguí el libro.

Tesson me decepcionó un poco. No por su prosa: el libro es un diario de viaje que se anuncia sin mayores pretensiones literarias, aunque al buen hombre le gusten tanto las descripciones paisajísticas, que a mí me fastidian. Me decepcionó lo crucial de un libro así: las reflexiones de alguien que vive en París (con todo lo que eso implica) y decide ir a conocerse a treinta grados bajo cero (dentro de la cabaña, al amanecer).

Pero Tesson se puede dar el lujo de la sinceridad. Casi que al comienzo del libro confiesa que el Thoreau de Walden (uno de los tantos libros que lleva) lo aburre un poco. Demasiada moralina para su gusto. Curioso comentario de alguien que se pregunta insistentemente: ¿Quién soy? Curioso de alguien que, en su camión de provisiones, amontona cantidades indecibles de vodka, e incluso prevé alcohol puro para paliar la abstinencia cuando el vodka se agote. 

Tesson se emborracha solo, alejado del mundo, de París, la gran prostituta, y se pregunta quién es. Pero la soledad no siempre es una opción y cada cual tiene la Siberia que puede. Me imagino a Tesson, clase media, educado, hosco pero clase media, ecónomo en gestos, boxeador descreído pero clase media entre libros, vodka y paneles solares para cargar las baterías de su ordenador portátil. Me imagino a Tesson y no puedo evitar ver al clochard que cruzo a diario, que también está solo, casi pegado al banco de la plaza, descascarándose día a día, invariablemente borracho. Y al que nunca vi decirle nada a nadie.

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