Lo que nos cuenta Annie Ernaux no pasa de la crónica pasajera de un amigo, de una novia, de la vecina del cuarto piso. Entre 1985 y 1992, esta escritora que desconocía se dedicó, con alma de coleccionista, a desmenuzar un cotidiano que no suscita mayor interés.
Grafitis en las estaciones de los trenes de cercanías, conversaciones en el supermercado, identikits efímeros en cualquier esquina, una mano que recoge piedritas de colores, pedazos de papel quemado, colillas mugrientas, y las consigna minuciosamente en lo que luego serán 107 páginas livianas.
Una mirada de suricata, de estar de viaje, por momentos un oscuro comercio con el prejuicio y un mal feminismo, y pocas horas más tarde un libro que termina como empezó, sin pena ni gloria.
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