De las narraciones destaca la agilidad, aunque más de una vez me encontré preguntándome adónde me llevaba la historia. En parte es comprensible porque se trata mayormente de relatos y no de cuentos. Otro motivo puede ser que los narradores a veces arriesgan demasiado en sector imágenes y generan grumos narrativos como "quieto como una estatua enamorada" o "en el lago de mi cabeza nadan demasiados peces", que sacuden y distraen.
Dos apuntes sobre el narrador de El don. Me resultó inverosímil porque el registro no corresponde al personaje que narra: un doctor que desconoce que los psicólogos no pueden recetar psicofármacos o que se expresa en estos términos: "porque ese año irrumpió su racha de sobresalientes y bajó a la categoría de muy bueno sote". Además, es pesado porque utiliza la técnica del "después te lo cuento", de idéntica manera que lo hizo Damián González en El increíble Springer. Es decir mal, abusando. Ejemplo: en la sexta página el narrador adelanta "pero eso ni explica lo que pasó semanas más tarde en el arroyo", haciéndole una enorme guiñada al lector, mientras se señala con ambas manos el ojo que guiña. Esta carnada básica se repite y el lector se entera del "gran suceso" veinte páginas más adelante. Repito lo que garabateo al costado de cada truquito de estos: mal ahí.
Aprecié la calidad formal. Tan sólo un par de erratas y unos pocos escuchar en vez de oír. Y pese a la homogeneidad lograda, siento que el relato Una madre no merece pertenecer al volumen. Por previsible. Y porque le falta trabajo. Los otros ahí van, como tomates en racimos.
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