Supongo que este genial libro de Queneau es más fácil de traducir que su Zazie dans le métro. Y no es poco decir. No recuerdo si éste fue el volumen que le dio (una inesperada) fama a Queneau, que estaba contento –creo– con su rol de intelectual un poco al margen de la gran movida.
Una historia trivial (un tipo con un sombrero que sube a un bus, algo sucede, el tipo se baja, el narrador lo vuelve a ver más tarde) contada de noventa y nueve maneras diferentes. La maestría de todas las figuras retóricas es digna de elogio. Uno de los (breves) textos está escrito casi exclusivamente en base a litotes. Hay una oda. Hay un texto por cada uno de los cinco sentidos. Queneau hasta se da el gusto de escribir un poema en versos alejandrinos. Los juegos fonéticos, tan ricos en el francés de origen, son un desafío de traducción que no he podido corroborar.
Publicado en 1947, me resulta trivial decir que, como Oliverio Girondo, como Filloy, como tantos, Queneau inspiró a Cortázar, en particular al Cortázar de Rayuela. Queneau es, en definitiva, un autor que hay que conocer.
– o O o –


No hay comentarios:
Publicar un comentario