De las dos nouvelles que articulan este libro de Damián González Bertolino sólo leí la que define su título. Fiel a una vieja costumbre, la leí lápiz en mano. Al final de su lectura, en el espacio disponible en la última hoja anoté un mouais que refleja lo que rescato como resultado final.
La voz del narrador está bien lograda. La historia puede calificarse de interesante sin que ello denote un rasgo de optimismo. Pese a que la prosa es buena, en un momento me dio miedo corregir tantas flexiones del verbo escuchar por la necesaria utilización del verbo oír. Hasta llegué a festejar, contento, la frase: Pero el increíble Springer no me oía. En los diálogos con guión hay un abuso incomprensible de los puntos suspensivos.
El comienzo lo sentí lento. El relato comienza bien pero unas páginas más adelante me sentí perdido. En la página 25 le pregunté al narrador adónde me estaba llevando. En la página 37, aliviado, anoté: ¡Al fin un bocadillo! (SPOILER) Porque el truco —demasiado grueso para mi gusto— de tener al lector en vilo con el hecho de que el niño Gastón se va a convertir en el increíble Springer tiene un tiempo limitado de páginas. Y el narrador lo excede largamente, además de reincidir en él. Me parece la falla principal de la historia: pretender retener al lector anunciándole repetidamente que algo interesante va a suceder, así que más le vale seguir leyendo si quiere enterarse. Y además de falla, me parece un recurso desleal.
Nota bene: como el golpe de péndulo siempre es posible, unos meses más tarde leí del mismo autor un cuento francamente bueno titulado El clavo en la cruz.
Nota bene: como el golpe de péndulo siempre es posible, unos meses más tarde leí del mismo autor un cuento francamente bueno titulado El clavo en la cruz.
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