Bienaventurados sean los huelguistas: Secretos vaticanos. Eric Frattini

Yo te conjuro, antigua serpiente, en nombre del juez de los vivos y de los muertos...

Tiempo de saldos, los estantes no alcanzan. Como en la feria literaria del parque Brassens venden los libros al kilo, cuesta bastante poco traerse cualquier porquería que te llame un poco la atención. El domingo pasado tropecé con un libro en español titulado Secretos vaticanos y no me lo traje ni por el autor -Eric Frattini, qué tal, encantado-, ni por su sugerente y poco alentador subtítulo: en el Vaticano, todo lo que no es sagrado es secreto; creo que me lo traje simplemente porque estaba en español.

Este tardío vástago del códice no pasa de un compendio de preguntas y respuestas que tienen poco del osadas que promete un tal José Manuel Vidal en el prólogo. Y sin embargo, no está nada mal para lograr que cuaje un perfil posible (y real) de la iglesia católica. Estas líneas carecen de aires de wikipedia, máquina de certezas tan bien aceitada y con la censura al orden del vía (ver la última a Rebelion.org), y se basan estrictamente en el contenido del libro, publicado en 2003.

Empecemos por la santidad. De los 111 Papas, sólo 76 fueron declarados santos. Redondeamos entonces en un 32% de Papas no santos, lo cual alimentará dudas, en los influenciados por el maligno, sobre la consistencia de la Santa Institución. Es cierto que el proceso para elegir un candidato a santo es tedioso: existe, por supuesto, una Comisión (porque las vías de Dios son misteriosas pero la de sus ministros burocráticas), se designan un abogado del Diablo y un abogado de Dios que disponen, cada uno, de cuatro investigadores para estudiar al candidato, etc. Pero, ¿qué son esas menudencias de papeleo para un Papa? ¿Faltan promotores post mortem? ¿Qué les sucede a las Comisiones? ¿El abogado del Diablo ejerce su oficio como Dios manda? ¿Cómo es posible que exista un abogado de Dios?

Curiosos los Papas no santos a los que se les dice su santidad, curioso hueco que deja el 32%, curioso que el último Papa santo, Pío X, haya muerto hace casi cien años. Y es que la sacrificada vida de un Papa moderno ha de dejarle poco tiempo libre, pobre santo. El Vaticano no pasa de ser una cárcel de cristal, con su piscina olímpica (muy usada por Juan Pablo II), su sauna, su solárium, su gimnasio, sus canchas de tenis, el famoso helipuerto. Y si el Papa se estresa entre bulas y servicios, un paseíto a Castel Gandolfo, modesta finca papal a la que puede ir a tomar un poco de aire y pensar en los africanos subsaharianos, los campesinos chinos y los indios de baja casta, herejes todos por igual. Porque el clero es un ejemplo de austeridad. El Papa, que no puede ser juzgado por hombre o tribunal alguno, no tiene sueldo asignado y la legislación vaticana le prohíbe tener cuentas a su nombre. Visto de otra manera, porque el hombre se mueve en nuestras mismas tres dimensiones que cotizan en modernos denarios, no deja de ser una rock star que tiene un asistente que se encarga del famoso al César lo que es del César. Bajando en la jerarquía eclesiástica, austeros pero coquetos, los cardenales usan trajes que valen entre 3.500 y 4.000 euros y deben tener siempre dos prontos para ser utilizados: uno de calle y otro para ceremonias especiales, oh soberbia, capital pecado.

Te ahorro los beneficios fiscales de los habitantes del Vaticano y también las historias de censura que hubo -leete sobre la de Pío XII, ferviente franquista, contra la música de Puccini- y pasamos a las intrigas palaciegas. Se sabe que el mejor espionaje lo realiza el Mossad. El Vaticano, que juega con Dios de su lado, no se queda atrás. Su servicio de espionaje se denomina la Santa Alianza -hermoso eufemismo- y el de contraespionaje, Sodalitium Pianum. Como mínimo ejemplo, el Russicum es el departamento que formaba a los sacerdotes que se infiltraban en la antigua Unión Soviética, arrojándolos a veces en paracaídas para que se mezclaran con la población. Los documentos del Russicum están depositados en el Archivo Secreto, dos plantas subterráneas blindadas a más de veinticinco metros bajo tierra. Concluyo, prematuramente acaso, que es una versión moderna del estilo parabólico de Jesús, que actuaba a modo de filtro para los no iniciados. Pero más vale dudar ante locas pasiones como querer ingresar al blindado recinto: el Vaticano, ejemplo de vanguardia, eliminó la pena de muerte de su Constitución (Ley Fundamental) en 2001. No dramaticemos, la última ejecución tuvo la bendición de Pío IX en 1868, cuando decapitaron a un par de imberbes por un atentado con bomba que mató veinticinco personas.

Fortuna no quiso que el libro nos contase las virtudes del bombardero Ratzinger, que en esa época se limitaba a cardenal y se divertía con ejercicios tales como dirigir el juicio contra Leonardo Boff, sacerdote franciscano autor de varios libros en los que promovía la idea de establecer una teología para los pobres y necesitados, intentos que fueron apostrofados por Karol Wojtyla al clamor de marxismo, ideología del Diablo.

Es fama que los aportes de Juan Pablo II a la iglesia católica y al mundo en general son innúmeros. Quisiera rescatar, por ejemplo, que lo primero que solicitó el recién coronado pontífice fue que pusieran receptores de televisión en todos sus aposentos y que le instalaran una pequeña sala de cine para proyectar películas. ¡Rojo!, gritaría el Papa mientras miraba La lengua de las mariposas y pensaba en Leonardo Boff.

Pero hay más, como, por ejemplo, autorizar el texto oficial para el rito de exorcismo, cuyo comienzo abre esta entrada. Dicho sea al pasar, no me parece menor que haya visto dos veces la película El exorcista.

Entre otros valiosos aportes del goleador Wojtyla se encuentra la encíclica Centesimus Annus, en la que defiende el sistema capitalista frente al "fracasado" sistema comunista de la URSS. El hombre se empeña en explicar cómo evitar el capitalismo salvaje. Estoy convencido de que los Chicago Boys y los Tigres Asiáticos han de haber temblado en sus sillas giratorias -enormísimas las de estos últimos- al leer, ávidamente, el texto. Los resultados de la viabilidad de un desarrollo capitalista con un control ético a través de la moral católica (sic) se pueden verificar revisando las últimas evoluciones del CAC 40, del DOW JONES y del precio del barril de petróleo. A la vista del caso que le ha hecho el mundo al gran polaco, me digo que su mayor acierto fue el título de la encíclica.

Y como te decía en el título, bienaventurados sean los huelguistas. Un aporte mayor de Juan Pablo II consistió en la creación de la Oficina de Asuntos Laborales de la Santa Sede, encargada de la mediación laboral con los trabajadores del Vaticano. Pero no creáis, mortales, que el pontífice pergeñó la oficina por mera devoción burocrática. Lo hizo como respuesta a la primera huelga que el personal laico (sic) realizó, el 25 de enero de 1989. Un sindicato creado y mantenido por el (santo) patrón. La idea promete.

Y sí, lo sé, me imagino lo que estás pensando si llegaste hasta acá: detayes: lo que verdaderamente importa es la fe.

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Javier CoutoJavier Couto (Montevideo, 1974) es narrador. En 2010 obtuvo una mención de honor por Voces (cuentos) en el XVII Premio Nacional de Narrativa “Narradores de la Banda Oriental”. Su novela Thot fue finalista del Premio Minotauro 2013 (Editorial Planeta). En 2014 obtuvo una mención de honor con su libro de cuentos Del otro lado, en el Concurso Literario Juan Carlos Onetti 2014 y la primera mención en el Concurso Internacional de cuentos Julio Cortázar.

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