Confesiones de un joven novelista. Umberto Eco

Siempre el mismo placer al leer a Eco. Muchas de las reflexiones de este largo ensayo ya fueron evocadas en libros como Apocalípticos o integradosEl superhombre de masas. Otras, en el acuerdo o no, valen la leída.

Rescato dos cosas en particular. La primera es su noción de rigor. Eco cuenta, por ejemplo, cómo pasó varias noches deambulando de madrugada por París, con una grabadora de bolsillo, para poder relatar, en El péndulo de Foucault, el paseo nocturno que lleva a Casaubon desde el Conservatoire hasta la Place des Vosges. Eco tiene razón: son cosas necesarias. No para el lector sino para quien escribe. Para el lector resultará transparente, pero el esfuerzo vale la pena porque hará la diferencia. A veces es necesario un mes de investigación para poder escribir cuatro mil palabras que relatan el triste destino de una niña soldado en Burundi. Me consta haber ido hasta el Parc Montsouris más de una vez para contar los escalones que llevan desde la entrada sur hasta la ruta que va al lago. Se me ocurren gestos necesarios cuando lo que se pretende es algo más que escribir sobre lo que se ve a través de la ventana o ejecutar un pastiche nocturno y bonachón (e.g. una novela sobre marcianos que invaden la tierra pero que en realidad son vampiros a la búsqueda del Santo Grial que, como se sabe, fue robado por Dan Brown).

El segundo punto rescatable fue mencionado por Eco en la apostilla al Nombre de la rosa y es una gran verdad que cualquiera que intente escribir una novela debería integrar previamente. Con una lucidez sin fisuras, Eco contrapone la escritura de una historia a la escritura de una novela. Escribir una novela es construir un mundo, no contar una historia. Al menos, escribir una buena novela. Creo, además, que lo mismo aplica a los cuentos. Y creo, también, que ignorar esta clave se paga mucho más caro en el caso de un cuento. Asistimos entonces a unos primeros párrafos sin tensión, en los que el narrador, en vez de dejar al mundo ser, intenta, ingenuamente, describirlo.

Repito con gusto lo que anoté hace años: Umberto Eco es de los pocos intelectuales vivos que admiro sin reparos.

Suena Tindersticks, una de las tantas maneras de calmar una noche sin luna en esta primavera indecisa.

– o O o –
Javier CoutoJavier Couto (Montevideo, 1974) es narrador. En 2010 obtuvo una mención de honor por Voces (cuentos) en el XVII Premio Nacional de Narrativa “Narradores de la Banda Oriental”. Su novela Thot fue finalista del Premio Minotauro 2013 (Editorial Planeta). En 2014 obtuvo una mención de honor con su libro de cuentos Del otro lado, en el Concurso Literario Juan Carlos Onetti 2014 y la primera mención en el Concurso Internacional de cuentos Julio Cortázar.

6 comentarios:

z dijo...

Un mes! Yo investigo años. De un modo raro, eso sí: relacionando (comparando, contrastando, etc.) todo lo que pasa durante esos años, con la historia a contar.

A mí también me gusta mucho Eco. Eso que decís sobre la creación del mundo está bastante desarrollado en Lector in fabula. Creo, sin embargo, que no es un gran escritor. Pero es un gran ensayista.

No estoy muy seguro de lo último que decís sobre "dejar al mundo ser" e "intentar describirlo". En algún punto, para que el mundo tenga solidez, trascienda la sensibilidad limitada del autor, es necesario que uno se siente a observar lo que pasa, e intente describirlo. Que deje de aplicar las reglas de ese universo nuevo, recién creado, adrede y las deje actuar.

Javier Couto dijo...

¿Años para un cuento? Un gran ensayista, concuerdo, y, para mi gusto, un gran escritor. No literario, diría, pero realmente un gran novelista. Tal vez sea eso: un gran novelista, no un gran escritor. El péndulo de Foucault es un libro que me marcó mucho.

Mi apunte sobre "dejar ser" e "intentar describir" es en el marco de un cuento. La idea es siempre brindarle información al lector, pero hay maneras y maneras. Te doy un ejemplo trivial de esto:

[1] Wokabi es una niña educada que vive en los suburbios, donde los rebeldes suelen secuestrar gente. Wokabi siempre hace caso a su madre cuando la envía a robar tomates al señor Ngaruye. Su madre, esto hay que decirlo, siente mucha vergüenza por tener que robar y teme que los rebeldes secuestren a su hija.

[2] Ve al pozo a buscar agua, Wokabi, me decía mi madre. Roba unos tomates del plantío del señor Ngaruye, Wokabi, pero que no te vea nadie ni te secuestren los rebeldes, que ya es de noche. Yo siempre obedecía, como todas las niñas bien educadas.

basilia dijo...

las apostillas no tienen desperdicio, a veces (pocas), cuando el arte habla del arte crea fermento.

basilia dijo...

las apostillas no tienen desperdicio, a veces (pocas), cuando el arte habla del arte crea fermento.

sokon m dijo...

A mi me gusta la primer frase, pero con un detalle distinto:

"Wokabi es una niña educada que vive en los suburbios, donde los rebeldes suelen secuestrar gente. Wokabi siempre hace caso a su madre cuando la envía a robar tomates al señor Ngaruye. Su madre siente mucha vergüenza por tener que robar y teme que los rebeldes secuestren a su hija."

Así, esa frase es de una pureza y cristalinidad milagrosas.

De paso, que linda alegría entrar por acá y ver tantos post nuevos y encima uno de Eco que me cae tremendamente simpático. Eco es como un olor para mi.

sokon m dijo...

Estoy pensando como queda con un 'ahí' antes de 'donde los rebeldes', para darle un aire después de la coma. También estoy pensando en reemplazar 'robar tomates al señor Ngaruye' por 'robar los tomates del señor Ngaruye' que, por alguna razón, me parece que tiene connotaciones obcenas. Aunque puede ser unicamente que vengo del blog de James Deen.

Releo 'Eco es como un olor para mi' y no se que pensar. Recuerdo lo que quise poner pero la frase que leo no me lo evoca. Inequívocamente plantea una ambigüedad.